Ahí estaba yo.
Metida en un charcho, con el agua por los tobillos, completamente calada, tiritando, escuchando The Outsider y bailoteando para intentar entrar en calor. Esperando.
Y como me paso la vida esperando, tengo tiempo para pensar en muchas cosas. Pero no en ese instante. De pronto se paró el tiempo o me paré yo, el caso es que me di cuenta de que estaba viviendo una de las sensaciones propias más maravillosas que se puede tener y me estaba dedicando a taladrar mi propio cerebro. Entonces, se me cortó la respiración y sólo pensé que no tenía a nadie a quén contarle realmente lo que me había pasado y simplemente me sentí aliviada; es mejor, me dije, esto es mío y sólo mío. No me importaba lo que pudiera pasar, ahí estaba, y sin embargo no tenía la angustia de siempre, la de ahora, de estar totalmente en contra del mundo. Si me tiene que pasar, me va a pasar y aprenderé de ello.
Qué se caiga el cielo y que me llegue el agua al cuello.